¡Qué disgusto tenemos!

Al principio pensamos que era un asunto normal y no le dimos importancia. Quizás ese fue nuestro error.
Nuestro hijo pequeño, habilísimo negociador con las compañías de telefonía móvil a la hora de cambiar de contrato, le había sacado a la «víctima» de turno una terminal BlackBerry con toda suerte de aplicaciones y un contrato de tarifa plana que, por una módica cantidad mensual de euros, le iba a permitir estar en el mundo a todas horas -en todo el mundo a, repito, todas horas, y no es una exageración.
Yo hasta llegué a pensar en él como el futuro Obama español: ¿no era acaso el presidente del imperio -al que, al parecer, acababa de salvar de la bancarrota con su empuje- un ferviente usuario del aparatito?
WhatsApp, BlackBerry Messenger, GPS, BlackBerry App World, Google, Gmail, Facebook, … todo un universo virtual a un toque de pulgares de distancia de nuestro pequeño retoño.
El problema surgió o, mejor dicho, nos dimos cuenta de él, mientras pasábamos unos días de vacaciones familiares en unos lejanos valles pirenaicos: mientras no fallara la cobertura, cosa que a veces sucedía, afortunadamente, el niño se pasaba el día pulsando compulsivamente las miniteclas del aparato en cuestión, con carita de bobo sonriente, mientras mantenía un par de docenas de conversaciones con otros tantos amigos, gracias a las fantásticas aplicaciones de la máquina.

Junto a la iglesia de Santa María. Taüll, Lérida.

Cuando era pequeño y llegaba a casa algún juego electrónico tipo gameboy, heredado de algún primo mayor, yo le decía: «Puedes jugar una hora». El primer día lo cumplía, el segundo quizás, y el tercero ya no, así que yo le confiscaba el juego y lo guardaba en algún lugar secreto. Él se olvidaba de que yo lo había guardado y yo me olvidaba de dónde lo había guardado, de modo que en la siguiente mudanza, cambio de armario o limpieza general siempre era una sorpresa volver a encontrarlo: «Anda, mira lo que hay aquí».

Pero claro, ahora el niño ha crecido, pasa de los 22 y se paga él el juego. Ni siquiera vivimos en la misma ciudad, así que la táctica del escondite ya no vale.

Sin embargo, el otro día, cuando bajábamos por el Barranc de les Llastres después de haber subido al Estany Negre, en el Parque Nacional Aigües Tortes y Estany Sant Maurici, y le veíamos teclear con entusiasmo una vez recuperada la cobertura perdida, mientras estaba a punto de partirse la crisma entre las peñas una y otra vez y luego se sentaba a esperar, lo supimos por fin:

En el Planell de Riumalo, tras bajar el Barranc de les Llastres

nuestro hijo pequeño no había comprado una BlackBerry ¡había sido picado por una ponzoñosa y adictiva BlackBee!

A veces, cuando se pierde la cobertura, vuelve a la normalidad.

En el Parque Nacional Aigües Tortes y estany Sant Maurici

Entonces pienso que aún no está todo perdido y que a lo mejor todavía hay tiempo de salvarle para causas de más enjundia, así que, por favor, si alguien conoce algún antídoto contra tan perniciosa enfermedad, que nos lo diga por el medio más rápido,….incluso usando el WhatsApp de una BlackBee.

Las fotos han sido hechas con una cámara Nikon D-700, con objetivo Nikon AF Nikkor 50mm 1:1.8 D.

4 Respuestas a “¡Qué disgusto tenemos!

  1. Y lo que hemos disfrutado todos los usuarios de whatsapp, facebook y demás adicciones, que hemos podido seguir vuestro viaje al completo en tiempo real??
    Ésta vez el escondite puede ser una pequeña rotura de antena, ya sabes, perdida la cobertura se corta el problema de raíz!!
    Suerte con el niño!! jaja

  2. jajajaja He de confesar que no he podido parar de reirme con este nuevo post. Que me perdone mi querido primillo. Yo todavia no he caido en la blackberry adiction pero si sigo gastandome 80 euros mensuales por llamar a la vieja usanza lo llevo chungo.
    Un abrazo grande.

  3. Pobre Pablo…encima que hace de agencia de noticias! Seguro que encontramos un antídoto contra la blackbee, creo que se pasa con un iphone 🙂

  4. Cómo me gustan las fotos, en especial la primera. Es muy bonita, y la expresión de Pablo -por cierto qué guapo está- es la bomba. Esa necesidad de no perderse nada de lo que ocurre cuando uno no está, o lo que es lo mismo querer estar en muchos sitios al mismo tiempo, no es mala en si misma. La pena es que al final quien mucho abarca poco aprieta, y eso ¿cómo se lo transmites? Yo recuerdo como era yo a los 22 años. ¿Antídoto? Aparte de uno frívolo que empleo yo con mi hija, 14 años, acerca de lo interesante que se vuelve una cuando desaparece de las redes sociales durante unos días, sólo este: Déjalo correr.

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